Es legal, pero duele

Funeral por el militante socialista Isaías Carrasco en Mondragón (Gipuzkoa), tras su asesinato a manos de ETA en 2008.

Hay analistas políticos, policiales y periodísticos que durante décadas construyeron su supuesto prestigio en tratar de averiguar qué era lo próximo que iba a hacer la banda terrorista ETA, o por dónde iría la siguiente declaración de Arnaldo Otegi —el jefe vitalicio de su partido satélite—, y cuando este por fin hablaba, en términos tan abstrusos y vacíos como los de este sábado, sometían cada frase al microscopio y siempre encontraban trazas de alguna palabra que indujese a la esperanza, al cambio de ciclo, al debate prometedor. Luego, como de costumbre, ETA hacía lo que mejor sabía —un tiro en la nuca, un secuestro que terminaba en asesinato, una bomba en una casa cuartel que mataba a una niña de seis años que se llamaba Silvia— y, durante unos días, no demasiados, los analistas guardaban silencio y dejaban paso a los sonidos y las imágenes de la realidad: las declaraciones de condena, el llanto contenido de los familiares, las imágenes del ataúd sobre los hombros de los compañeros, las palabras —casi siempre frías, casi siempre distantes— de los curas que de mala gana oficiaban el funeral.

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