Victoria en el Gran Sasso de Davide Bais, especialista de fugas sin esperanza en el Giro

Son seis horas de tran tran por los Abruzos salvajes y desoladores que solo los muy trastornados pueden aguantar sin cabecear. Derriten la fantasía y el deseo del aficionado, que puede contemplar indiferente la batalla que no llega –el altiplano del Gran Sasso, un gran falso llano de carretera, un páramo sin un árbol, y una gran cuesta final, tres kilómetros al 13%, es también escenario, un Desierto de los tártaros de película--, pero se constituyen en un desafío para la imaginación de los comentaristas, que primero la definen como guerra de desgaste –218 kilómetros a 35 de media, una fuga desde el metro cero de tres muchachitos que alcanza rápido los 12 minutos, un pelotón de favoritos que no adelgaza, y ni siquiera los culones, los pesados rodadores se descuelgan pese a puertos, montañas, frío, laderas del Cuerno Grande, la cima, veteadas de blanco, carretera final abierta entre paredes de hielo–, y, según avanza el muermo y aumentan su desesperanza y su incomprensión, pasa a ser sucesivamente la etapa de la espera, la etapa de la paciencia, la etapa de la indiferencia, la etapa del desdén, la etapa del miedo.

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